"Desplacé un dedo, y el acorde pasó a menor produciendo un sonido que siempre me hacía pensar que el laúd estaba diciendo "triste". Volví a mover las manos, y el laúd produjo dos acordes que susurraron el uno contra el otro. Entonces, sin darme cuenta de lo que hacía, me puse a tocar.
El tacto de las cuerdas me producía extrañeza; mis dedos y la cuerdas eran como dos amigos que se reencuentran y que no recuerdan qué tienen en común. Toqué flojo y despacio, sin lanzar las notas más allá del círculo de luz de la hoguera. Mis dedos y las cuerdas mantenían una cuidadosa conversación, como si su danza describiera el guión de un enamoramiento."
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